20 de noviembre de 2010
Son los minutos que se cuelan por entre las faldas agitadas del día. Golpetean en su prisa de alcanzar al sol en su crepúsculo.
Sin detenerme les dejo huir lejos, sin reparar en el final de la jornada. Lleno mi canasta de sueños nuevos en los que elaborar mi futuro mientras contemplo la marea indecisa que sube y baja bañando la orilla desnuda.
Desaparecen tus huellas y las mías y se hunden los pies despacio. Recojo un caracol que me susurra al oído el secreto del mar profundo, donde los delfines saltan sus juegos entre proas que cortan el agua. El sol me observa sentado en el horizonte, se despide suavemente regalando a mis retinas un sinfin de rojizos violáceos. Al otro lado, la mágica luna resplandece bañando de plata las olas que se apaciguan en un espejo.
Y tu figura, recortada en mi mente se aleja como aquel día de otoño de otro octubre ya gastado.
Y sólo mis pasos recuerdan la vida.
Se cae la canasta en un silencio punzante. Se desparraman los sueños en un instante y en mi soledad me encuentro y a la vez me pierdo.
Me falta tu aliento callado en mi cuello y tus pasos junto a los míos.
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