Me niego a colgar mi imagen del perchero entre tus camisas recién planchadas.
Me niego a sostener el viento para que no te despeine o apagar al sol que te deslumbra.
Me niego a sentarme en la segunda fila, a moverme en el humo de tu cigarrillo o ponerme el delantal cada mañana.
Porque me pierdo a veces en la arruga de la sábana, y en la oscuridad temo hagas el amor con otra cara que no es la mía mientras te afincas en mis muslos. No quiero ser el bolsillo vacío de tu mejor chaqueta, ni el moretón de tu desgana.
Y te miro de soslayo cuando el alba te devuelve a mi lecho después de una ronda de alegrías al cuerpo, como tu le llamas.
Se desdobla entonces la mirada en una lágrima que corre con un cansancio viejo y la realidad y la fantasía ya no se distinguen.
Entonces, le sonrío a la ironía de la excusa que siempre me abraza a tiempo para eludir mi libertad sabiendo que pronto su conquista será definitiva.
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