Extraño sonido el de tu piel cuando se abre a mis caricias. Rumorea cánticos que seducen mis oídos y renuevan la savia que me riega el deseo. Entonces mis pupilas despiertan a tu mirada esmeralda que me roza el corazón disimuladamente. Yo no sé si fue el viento cómplice que trajo tu polen a mi estambre receptivo o la preñez de ti me llegó después de aquella noche de luna cuando el reflejo esquivaba las olas.
Pero qué más da.. Poco importa encontrar la punta de esta madeja que nos tiene enredados recogiendo cosechas y sembrando alegrías en el jardín.
El silencio siempre me recuerda estos momentos en que nuestros cuerpos se expresan mejor que nuestras palabras.