Nada pude hacer, más que sentir una impotencia latiendo en mi pecho.
Te recogí en la palma de mi mano, tan menudo y vulnerable. Acaricié suavemente tu cabecita y tu cuerpecito aún sin plumas. Abriste el pico varias veces como queriendo agradecerme el no morir solo.
El impacto fue seco y sonoro. Caíste contra el duro asfalto, a un metro de mí. Fue el ruido lo que me sorprendió. El amor hizo el resto.
Siempre supe que era irremediable; que esta vez poco podría hacer. Tú tan malherido y pequeñito. Yo incapaz de hacer un milagro.
Nos despedimos y te entregaste en paz, arropado por el calor de mis manos. La muerte nos sorprendió sin darnos más oportunidad que la marcada por tu destino.
Adiós Higinio.