Llega
un tiempo dedicado a los muertos. En distintos puntos cardinales,
millones de personas en procesiones, ceremonias o mensajes, recuerdan
a aquellos seres que han fallecido. Las floristerías, los
bazares, los viveros, panaderías y chucherías celebran con
entusiasmo la tradición del Día
de los muertos.
Irónica
Maya en la que estamos inmersos donde la tristeza y la alegría
comparten causa según el lugar del prisma en el que te ubiques.
Inclusive aquellos muertos abandonados durante el resto del año hoy
son importantes.
La
muerte crece en protagonismo, una gran fiesta comercial entorno a
ella cobra vida. Y hasta los que nunca se atreven a nombrarla, estos
días la tienen presente. Los disfraces de Haloween invaden los
escaparates, las telarañas, calaveras y calabazas llenan los locales
y casas. Ocultos tras los personajes, mayores y niños deambulan con
apariencia de bruja, esqueleto, payaso diabólico, monstruo y
máscaras. Más de uno canaliza su ira disimuladamente detrás de
estos ropajes. El comercio y Don Dinero dirigen el cotarro.
En
contraposición, en otras culturas, la muerte surje en el respeto que
se merece como eslabón de la vida. Los rituales rinden homenaje al
alma que descansa una vez abandona el cuerpo y las danzas tribales se
suceden en contacto con la naturaleza y los elementos. Los Dioses
invocados interceden ante las peticiones de paz para ese espíritu
que ha partido a otra dimensión.
También
son el silencio y recogimiento los elegidos para estos momentos entre
aquellos que mantienen a salvo a sus muertos de cualquier publicidad.
Ellos
prefieren reencontrarse en una cita interior con los amores que ya no
están a su lado físicamente. Oran o hablan con ellos sin necesidad
de nada más y la paz invade entonces sus corazones en esta comunión
tan personal e íntima.Y el amor que es eterno, se manifiesta.
Cada
cual es libre de elegir las formas en que ubicar este tan polémico
contenido. Lo cierto es que la muerte, de una u otra forma, no deja a
nadie indiferente.