Cuando la vida me despierta cada mañana, doy las gracias.
Retomo las orillas y las abrazo para que puedan juntarse fácilmente.
No creo en las distancias.
Ya he dejado la melancolía para el próximo otoño, ahora el calor del verano requiere sembrar un extra de alegrías para recoger en invierno. Así me aseguro una cosecha constante, una paz de espíritu que me alumbra siempre el camino. Quien mejor que yo misma para ser mi farolera; es una tarea ardua que no conviene delegar.
Él siempre está ahí, pendiente de que no me despiste, alimentándome desde mi fuego interior. Y yo lo reconozco en el ahora y en él me sigo descubriendo para expandirlo.
El Amor siempre sabe lo que hace cuando no parpadea.