La sed anuncia el despertar, como en ávido vuelo, sin más razón que permanecer.
Es el aire que acaricia cada poro, el mismo que desconoce mi nombre, el que me estremece dilatando mis pupilas a la vida. Sin mí el cielo se oscurece y es en mí donde el mundo amanece a cada instante, tan infinito y tan multicolor.
¿Cómo desvanecerme ante tal maravilla? ¿Cómo dejar de estar atenta y receptiva?
El milagro me envuelve como testimonio y se abren en mi mente todos los caminos posibles. No estoy segura de la existencia del abismo, del punto de no retorno, del acorazado miedo que intenta socavar la confianza. Sólo sé que la luz del día me deslumbra en ajetreos de espuma, salándome la existencia. Y es allí donde mi alma anida, en el justo punto de encuentro entre la lágrima y la vida.
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