¡¡¡ Bienvenidos corazones !!!

Deseo que disfrutes del contenido de este espacio, toma con cuidado sus curvas, atiende los silencios, respira profundamente y siente. Ojalá que este trocito de mi mundo nos ayude a acercarnos y así compartir el hilo de la vida. De corazón a corazón, PatMel.

Puede que a veces parezca ausente, pero aunque no veas las palabras mi esencia está allí y mi Ser te recibe con Amor.

Los escritos son de mi autoría y las imágenes propias o prestadas de la red.

21 de octubre de 2018

Aromas de la infancia...



Es increíble como nuestro subconsciente guarda aquellos aromas que evocan todo tipo de recuerdos.
Cada vez que pienso en hacer la tarta de hojaldre de manzanas, recuerdo a mi madre y el olor a canela me invade sin remedio.
Hoy ha sido uno de esos días, con olor a familia.
Cuando era pequeña, mi madre horneaba una tarta de manzanas y yo disfrutaba de todo el proceso. Muy atenta, observaba como elaboraba el hojaldre cuidadosamente en la pequeña mesa de la cocina. Esparcía un harina sobre la superficie y repasaba el palote, luego llegaba la hora del volcán. Con habilidad y sin derramar nada, por arte de magia estaba la bola de masa ya preparada. Yo apenas alcanzaba la mesa, mis ojitos quedaban justo al borde, lo suficiente como para quedarme con lo más importante. Era una tarea laboriosa y mamá amasaba y doblaba, y volvía a amasar y doblar y así un buen rato.
A pesar de que aún faltaba mucho para el gran resultado final, yo ya veía en mi mente la tarta humeante y, sobre todo, sentía ese mágico perfume que tanto me gustaba.
Mientras el horno se calentaba hasta la temperatura deseada, emprendíamos la tarea de cortar las manzanas y colocarlas decorativamente sobre la masa que mi madre había extendido en el molde. La creatividad era dirigida porque mamá ya tenía un diseño fijo en su cabeza (imagino que el de mi abuela) y colocábamos cada gajo de manzana cuidadosamente superpuesto al anterior creando una gigante espiral. Ya mayor comprendí que la geometría sagrada transitaba en las recetas de las mujeres de mi familia y he respetado las formas hasta el día de hoy. Una vez que toda la masa quedaba cubierta, con maestría creaba una suerte de flor en el centro con los gajos más pequeños que había reservado. Ya faltaba menos para terminar la obra de arte. Y sería yo quien daría ese toque maestro. Mi madre mezclaba azucar moreno y canela en un bol. Me enseñó a esparcirla con un pequeño colador sobre las manzanas. Con esmero y la lengua de lado, los ojos fijos en la delicada tarea, iba recorriendo la tarta con mi coladorcito y una lluvia canela se iba posando sobre los gajos. Paso siguiente mi madre le hacía la terminación a la masa con un trenzado alrededor. Luego unos trozos de mantequilla y al horno. Imagino que la tarta no demoraba demasiado aunque para mí era una eternidad. Una vez lista, había que esperar a que se enfriara y para el té de las cinco ya estaríamos disfrutándola.
Con los años, seguimos cocinando la tarta de manzanas y Sebastián, siendo muy pequeño, se asomaba para verme amasar. La tarta de manzanas fue su favorita siempre. Algún día quizá, él se la haga a sus hijos.

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