
Se sacuden los árboles ruidosamente
en una rabieta de Eolo enfurecido
Se vuelcan las tinajas del cielo
ahogando las calles que desbordan
de impotencia ante los dioses
El cielo plomizo envuelve el aire
y la gente corre a refugiarse
de este llamado de atención natural
Unas horas después, húmeda y fresca,
la ciudad recupera el aliento
en el brillo de los adoquines de la Cuidad Vieja
Los grises siguen pintando el cielo
y las nubes corren precipitadas
Montevideo, huele a mar y pasto mojado
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