27 de noviembre de 2017
Desde el murmullo de la vida...
Desde el murmullo de la vida te observo.
Es el silencio el mejor de los escenarios posibles para amarte en la distancia. Contemplar la luz de tu mirada o detenerme en el batir de tus espesas pestañas. Sentir el tacto de tus manos con solo cerrar los ojos y embriagarme con ese perfume que tantas veces descansó en mi almohada. Esas jóvenes noches que aún permanecen tatuadas en mi piel, testigo de un querer.
Casi no te mueves. Rozas con tu mano la mejilla como buscando el contacto de un recuerdo, de un nombre, de una imagen que te devuelva el pasado. En la esquina de la habitación dejo que el tiempo intente contarme tus pensamientos, descubrir los mares que ahora navegas.
Cómo quisiera poder rescatarte de tus tormentas, de los desiertos que transitas, de los precipicios en los que sucumbes a diario. Descanso mis pupilas en cada arruga que amaneció en tu rostro, en las líneas que trazaron tus caminos, tus risas y tu llanto. Todas me llevan al remanso de tu corazón y a ese abrazo certero, único refugio verdadero, lugar de encuentro.
Y así caminamos los días que nos quedan, evitando la palabra para cuidar los detalles tan ajenos a la mente, tan llenos de corazón. Como un río que no pierde nunca su cauce.
Y así, desde el murmullo de la vida, te sigo amando.
Es el silencio el mejor de los escenarios posibles para amarte en la distancia. Contemplar la luz de tu mirada o detenerme en el batir de tus espesas pestañas. Sentir el tacto de tus manos con solo cerrar los ojos y embriagarme con ese perfume que tantas veces descansó en mi almohada. Esas jóvenes noches que aún permanecen tatuadas en mi piel, testigo de un querer.
Casi no te mueves. Rozas con tu mano la mejilla como buscando el contacto de un recuerdo, de un nombre, de una imagen que te devuelva el pasado. En la esquina de la habitación dejo que el tiempo intente contarme tus pensamientos, descubrir los mares que ahora navegas.
Cómo quisiera poder rescatarte de tus tormentas, de los desiertos que transitas, de los precipicios en los que sucumbes a diario. Descanso mis pupilas en cada arruga que amaneció en tu rostro, en las líneas que trazaron tus caminos, tus risas y tu llanto. Todas me llevan al remanso de tu corazón y a ese abrazo certero, único refugio verdadero, lugar de encuentro.
Y así caminamos los días que nos quedan, evitando la palabra para cuidar los detalles tan ajenos a la mente, tan llenos de corazón. Como un río que no pierde nunca su cauce.
Y así, desde el murmullo de la vida, te sigo amando.
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